Cambio de estación. Llega la primavera o el otoño, dependiendo del país dónde vivamos, y todo son buenos propósitos (sí, igual que en Año Nuevo). Se respira en el aire, se palpa en el ambiente: nos volvemos a apuntar al gimnasio, queremos aprender un nuevo idioma, conseguir el trabajo de nuestros sueños, ordenar los armarios y hacer un montón de amistades nuevas.
Yo
también me subo al carro. Como tengo tantas cosas en la cabeza, decido
confeccionar una lista…
… y el
grano de arena se convierte en una montaña.
¡Ay,
cuántas cosas! ¿Qué es lo importante y qué es lo secundario? ¿Por dónde
empezar? Y, una vez hecha la elección, entre mil posibilidades: ¿qué opción
escoger?, ¿qué camino?, ¿qué academia?, ¿qué gimnasio?, ¿qué idioma? ¿qué club
social? ¿Y si no acierto? ¿Y si me equivoco?
Me
levanto de la silla y, con la cabeza llena de ideas, salgo a la calle a dar un
paseo. Andar despeja la mente. Mi “secretaria” (que no jefa) se distrae con
otros estímulos y, ante mí, se despliegan un montón de soluciones hasta ahora
relegadas a un rincón.
De
pronto, me acuerdo de Medio Pollito.
Cuenta
el cuento que Medio Pollito vivía en un gallinero, rodeado de gallinas que lo
menospreciaban ya que, ni siquiera, era un pollo entero. Era la mitad de uno.
Menos que nada. Un día, Medio Pollito encontró una moneda escarbando entre la
basura y decidió ir al Castillo para casarse con la hija del Rey. Por el
camino, se encontró con obstáculos que le dieron miedo (un lobo, un zorro, un
río enorme…) En cada ocasión, Medio Pollito no se dio por vencido, se enfrentó
a sus temores, habló con ellos y se convirtieron en aliados. Cuando llegó al
Castillo, el Rey, al oír sus pretensiones, lo hizo prisionero. En esa etapa del
camino, sus miedos se habían convertido en fortalezas y, gracias a ellos,
recuperó su libertad. Y, en la versión que narró una de mis maestras, Roser
Ros, al contar con sus propios recursos y tras la experiencia vivida, Medio
Pollito también se reconcilió con su autoestima y ya no quiso casarse con la
Princesa. Decidió vivir su vida. Su vida de medio pollo, con todas sus
virtudes, carencias y lecciones bien aprendidas.
Este
cuento me tranquiliza y me da un héroe a seguir. Decido actuar como Medio
Pollito.
Voy a
definir un objetivo. De hecho serán tres objetivos: uno en lo personal (ir al
gimnasio tres veces por semana), otro en lo laboral (asistir a un seminario de
reciclaje profesional) y otro en la vida familiar (aprovechar los domingos para
realizar actividades todos juntos). Como el protagonista del cuento, voy a
encontrarme con obstáculos: la pereza de levantarme una hora más temprano para
hacer ejercicio, las excusas de horarios para no encontrar fechas disponibles
para el curso profesional, la dificultad de conciliar varias agendas y gustos
divergentes para disfrutar en común del domingo.
Me
fijo, otra vez, en el comportamiento de Medio Pollito. Sigo sus pasos. No voy a
escaquearme ante las dificultades ni hacer como si no existieran. Al contrario,
las reconoceré y las saludaré. Mejor conocerlas, hablar con ellas, saber sus
motivos y, así, poco a poco, despacito, ir convirtiéndolas en aliadas.
Disfrutaré
del recorrido, porque utilizaré mis recursos (fuerza de voluntad, ilusión por
mi trabajo, amor por mi familia) y no perderé de vista mis metas. Ellas serán
las que me sostengan en los momentos bajos, gozaré de la experiencia sin
victimismos y asumiré mis responsabilidades.
Ahora
os confieso un secreto: por la experiencia vivida en otras ocasiones, puedo
asegurar que conseguir una meta o un objetivo es un gran triunfo, pero, lo que
me llena de verdad, lo que me hace brillar los ojos y sonreír de oreja a oreja
es saberme capaz de recorrer el camino con todos sus escollos. Y cuando llegue
al Castillo y descubra, igual que le pasó a Medio Pollito, que el Rey me mira
por encima del hombro, creo que seré yo quien no quiera emparentarse con
ninguno de ellos, porque, como repite nuestro protagonista durante todo el
cuento: “Si quiero, puedo casarme con la hija del Rey, porque con esta moneda…”
(léase fortaleza, recurso, don, cualidad, característica) “… soy Yo más grande
que él”
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