Empiezo
mis vacaciones, al menos una parte de ellas, revisando viejos libros
infantiles. Los dedos repasan las estanterías de casa y reencuentran verdaderos
tesoros. Me tiendo en la hamaca a leer. Es una tarde calurosa, la calle en
denso silencio, todo el mundo durmiendo la siesta. Los ojos perezosos tienden a
cerrarse, pero la imaginación revisa lo que la lectura no alcanza a cumplir. De
pronto, de entre todas las historias, salta una muy peculiar. Es una leyenda
que se repite en varias versiones por varios continentes (como tantas otras
historias)
Os
cuento: había una vez unos padres ratones que vivían en un agujero dentro de
una pared. Tenían una hija preciosa y, para casarla, buscaban al mejor
pretendiente del mundo. Les dijeron que el ser más poderoso era el Sol. Fueron
a hablar con él para pedirle que se casara con su hijita. Pero el Sol les dijo
que la Nube era más poderosa ya que, de vez en cuando, lo tapaba. Hablaron con
la Nube y ella les contestó que más fuerte era el Viento que la hacía ir de un
lado a otro a su antojo. El señor Viento les respondió que la Pared era mucho
más importante ya que siempre le cortaba el paso. Los padres hablaron con la Pared
y ella les dijo que más poderosos eran los ratones que abrían paso en su
interior construyendo túneles y pasadizos hasta hacerla derrumbar.
Colorín
colorado…
Y
me da por pensar en los seres humanos, en los contadores de historias y en los
ratones. Recuerdo el gran éxito que tuvo el libro “¿Quién ha robado mi queso?”,
escrito por Spencer Johnson, con sus protagonistas roedores, como la gente hablaba
maravillas de su moraleja y de lo clara que era la conducta humana reflejada en
la de dos ratoncillos. (Poco más os puedo decir de él, ya que yo no lo he
leído). Y en mi modorra estival, sigo pensando en todas las leyendas y fábulas
que tenemos en nuestra memoria cultural, en todos estos animales (zorros,
ranas, sapos, culebras, gallos, gallinas, ratones, ratas, cerdos, asnos,
bueyes, perros y gatos) y en todas sus lecciones magistrales.
Dejo
el libro en el suelo e intento moverme para escribir algo, pero el calor me
desanima. Y me fijo en los reflejos del sol que se cuelan por la persiana.
¿Quién es el ser más poderoso en mi vida?, ¿es una madre, una amiga, un jefe,
una presidenta, una pareja, un hijo, una hija? Si preguntamos a mi padre, nos
dirá que mi madre manda más. Si preguntamos a mi madre, ella dirá que ya no se
mete en nada. Si responde mi pareja, dirá que yo mando en casa. Si soy yo quién
hablo… ¿En quién delego yo mi fuerza, mi responsabilidad, mi poder? ¿Qué
excusas busco para no hacer lo que mi Alma quiere cumplir? (No estoy hablando
de caprichos, ni de antojos. Hablo de sueños y objetivos, no de fantasías)
¿Necesito una historia de ratoncitos para darme cuenta de mi peregrinar
buscando figuras alternativas a mi propio Poder?
Sigue
el silencio en la calle, algún chiquillo jugando al balón en un patio interior,
un coche que pasa, una persiana que se levanta…
Yo
también me pongo en pie. Me sostengo en mis piernas y avanzo. Yo soy mi centro
y con mi energía sostengo paredes, derrumbo muros, caliento soles, soplo nubes
y juego con los vientos.
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