Uno de los recuerdos más nítidos
de mi infancia gira alrededor de un cuaderno de “Pinta y Colorea” ¿Sabéis a qué
me refiero? Son unos cuadernos que proponen un “dibujo muestra” acabado con
todos sus colores y, en la página siguiente, encontramos el mismo tema dibujado
sólo con los trazos del lápiz. Se supone que el tierno infante debe rellenarlos
con los mismos colores que propone el modelo y, si ya es un genio de la
técnica, colorear sin salirse de los límites de los trazos marcados. Así se
enseñaba, y se aprendía, a dibujar en mi escuela.
De hecho, no era “mi” escuela,
entre otros motivos, porque yo ni siquiera estaba matriculada en ella. Puesta a
sincerarme con vosotros, la verdad es que yo no estaba “escolarizada” en ningún
centro ni institución, con lo cual he de suponer que según los cánones
establecidos no recibía enseñanza académica ni oficial y, echando mano de mis
recuerdos, quiero aclarar que tampoco la recibía doméstica.
¿Mi edad? Cuatro años. Y lo
recuerdo con plena seguridad ya que el motivo de mi breve incursión escolar era
que mi madre (a punto de parir) me mandó al pueblo con mis abuelos. Ellos,
supongo que atareados con las labores del campo, vieron una solución en la “maestra”
de la escuela. Y a ella acudieron. Así que, por primera vez en mi vida, me
senté en un pupitre con niños y niñas de diversas edades, los más pequeños
cerca de la profesora, los mayores en las últimas filas. Un día, llegó un
paquete de la ciudad. Lo mandaba mi madre y, entre otros objetos, estaba el
cuaderno “Pinta y Colorea”. A la mañana siguiente, lo llevé a la escuela y, en
algún momento de la jornada, la maestra eligió un dibujo (el de la
contraportada) y me dijo que lo coloreara. El día anterior yo ya me había
deleitado con todas las ilustraciones del cuaderno. También había entendido la
propuesta didáctica: el copiar a pies juntillas lo que el modelo propone. Esa
mañana, plenamente consciente de saltarme las reglas, decidí pintar con los
colores que yo quería el dibujo que otra había elegido en mi lugar. Y así lo
presente al acabar. La maestra, muy en su papel, me dijo que estaba “mal”. Me
explicó el motivo:
-
“¿Ves?, en la portada hay un bonito dibujo que
tú tienes que reproducir exactamente en la página final. Lo has hecho mal ya
que los colores elegidos no son los mismos ni se parecen”
Curiosamente, el recuerdo más
claro lo tengo del pensamiento que me vino y de la energía que lo acompañó: “Esta
mujer no tiene ni la más mínima idea. Claro que se puede pintar con otros
colores, pero ella no lo sabe”. Era una certeza, una gran fuerza y una enorme confianza
en mi misma y en el universo quien me guiaba. No discutí. Ni argumenté. Supe
enseguida que ella no podía entenderlo. Cogí mi dibujo y me senté.
Como conejo de una chistera, este
recuerdo ha salido después de leer la entrada del blog de Fran Pintadera "Haciendo cuentos en casa".
¿Cuántas veces intentamos guiar, aconsejar, sugerir,
mejorar … a nuestros hijos/alumnos y lo que hacemos es cortar, reprimir,
encoger, suprimir? Creo que el ejercicio de respeto, sensibilidad y libertad
que hace Fran Pintadera en la actividad cuentera con su hijo es de las más
hermosas que puede haber. En un primer momento, puede parecer que esas
cualidades (respeto, sensibilidad y libertad) van dirigidas al pequeño (cierto
que también se ve favorecido por ellas) pero creo que el máximo beneficiario es
el propio Fran Pintadera y cualquier otro adulto que consiga abrirse al mundo y
a los demás hasta el punto de dejar que “el otro” sea quien tiene que ser.
Nota posterior: Fran Pintadera me comenta que "comparto lo que dices, aunque por desgracia no todos los niños tienen esa fuerza ni llegan entender que es el maestro el que no sabe." Me sumo a la opinión de Fran Pintadera. Es más, yo he sido una de estos niños que menciona. En muchas ocasiones, no he tenido la fuerza ni la seguridad en mi misma. Por contentar, agradar o por miedo he seguido caminos y comportamientos que no han sido los míos. Por eso, creo que es importante recordar que, en nuestro interior, sigue existiendo esta fuente a la que podemos recurrir una vez adultos. Y si no recordáis a qué me refiero, podéis refrescar la memoria y sentir otra vez todo vuestro potencial.
Nota posterior: Fran Pintadera me comenta que "comparto lo que dices, aunque por desgracia no todos los niños tienen esa fuerza ni llegan entender que es el maestro el que no sabe." Me sumo a la opinión de Fran Pintadera. Es más, yo he sido una de estos niños que menciona. En muchas ocasiones, no he tenido la fuerza ni la seguridad en mi misma. Por contentar, agradar o por miedo he seguido caminos y comportamientos que no han sido los míos. Por eso, creo que es importante recordar que, en nuestro interior, sigue existiendo esta fuente a la que podemos recurrir una vez adultos. Y si no recordáis a qué me refiero, podéis refrescar la memoria y sentir otra vez todo vuestro potencial.
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