Estoy sentada en la mesa de un
restaurante esperando mi plato. Al lado, se sienta una mujer. Le dice a la
camarera que espera a su marido que está aparcando el coche. La camarera le
pregunta:
- ¿Quiere tomar algo para beber? ¿Una caña? ¿Una
copa de vino?
- No lo sé… Ahora vendrá mi marido.
Escucho la conversación y me
quedo pensando en las ocasiones en las que no he tomado una decisión. Seguro
que han sido muchas. ¿Quiero blanco o prefiero negro? ¿Qué me conviene? ¿El
camino de la derecha o el de la izquierda? ¿Y si me equivoco? ¿Quizás el de en
medio?
La duda paraliza. Cuando tienes que
elegir entre varias opciones, te asaltan los miedos y las inquietudes. Nadie
tiene una bola de cristal o un oráculo mágico que dé la respuesta correcta. Por
eso, tienes que arriesgar. De hecho, lo haces constantemente: la ropa que te
pones, el desayuno que has tomado, bajar las escaleras o en ascensor, ir al
trabajo a pie o en coche o en metro…. Todo son opciones y tú eliges. Y es lo
que tienes que hacer.
¿Qué otra alternativa tienes? No
hacer nada. Esperar.
¿Sabes…? Si tú no haces nada,
alguien lo hará por ti. Si tú no decides qué quieres hacer, alguien te dirá qué
tienes que hacer. Si tú no alargas la mano y tomas lo que quieres, alguien te
dará lo que cree que es mejor para ti.
¿Hay alguna diferencia entre que
tú elijas o te lo den ya hecho? En definitiva, alguna vez acertarás y otra
cometerás un error. Lo mismo que si te lo diera hecho otra persona. Lo mismo
que hacía tu madre, tu padre o tu profesora cuando eras pequeña…. Ah, que ya no
eres una niña. Que ya eres una mujer…
Si ya eres adulta, tienes
capacidad de decisión sobre tu vida. Y si quieres aplicarlo a los asuntos
importantes (comprar una casa, invertir en un negocio, tener un hijo,
divorciarte…) te sugiero que empieces a practicar con las elecciones menudas
(si quieres o no beber algo mientras esperas a tu marido y si prefieres tomar
una cerveza o una copa de tinto) Al final, el camino será más provechoso y
placentero para ti.
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