jueves, 26 de enero de 2012

Adivina, adivinanza... ¿quién soy... y quién puedo llegar a ser?


Uno de los pasos recomendados a la hora de redactar un Plan de Negocio es analizar las posibles fortalezas, debilidades y carencias que puede presentar nuestra empresa. Partiendo de esta premisa, una buena práctica es elaborar la misma lista relativa a nuestra persona. ¿Qué mejor empresa podemos emprender, cuidar, alentar y mimar que nosotros mismos?
Desde la antigüedad nos han animado a conocer nuestra propia naturaleza: ¿quién soy? Una de las formas de definirme, así como describiríamos a un personaje teatral, es otorgándonos unas cualidades: tímido, perezoso, valiente, trabajador, sociable, egocéntrico, etc. Con el papel y el lápiz en la mano podemos encontrarnos con otro escollo: ¿cómo puedo ser objetivo conmigo mismo para describirme de forma ajustada a la realidad?
Cuando un actor analiza las características de su personaje sigue unas pautas de laboratorio: las premisas se tienen que demostrar con hechos. Diremos de Romeo que es un chico impulsivo porque sabemos de él que no duda en entrar en el jardín de Julieta, la misma noche que se han conocido, con guardianes y perros que vigilan, perteneciendo los dos a familias enemistadas.
Lo mismo con nosotros, diremos que somos tímidos si nos cuesta horrores asistir a una fiesta sin conocer a la mayoría de gente o que somos sociables si a los tres días de mudarnos de barrio ya conocemos el nombre del panadero, hemos entablado conversación con cuatro vecinos y el camarero del bar de la esquina ya sabe cuál es nuestro equipo de fútbol favorito.
Supongamos que ya tenemos una lista con nuestras habilidades y nuestras carencias. De una forma muy sencilla: lo que se me da bien hacer y lo que me cuesta más.
Todo actor sabe que, encima de un escenario, si potencia sus fortalezas, el platillo de la balanza consigue que veamos ese potencial creativo y técnico y que el público no se fije en las carencias. ¿Por qué ocurre esto? Consiguiendo que nuestra mente sea nuestra colaboradora. Si fijamos nuestra atención en lo que se me da bien hacer (por ejemplo, hablar con la gente) y me dedico a cultivar esa cualidad, mi mente se distrae de otras carencias (no domino bien el inglés). Nuestros interlocutores apreciaran nuestros esfuerzos para comunicarnos en un idioma que no es el nuestro. Además, con la práctica de la conversación iremos reforzando nuestro aprendizaje del idioma y, de manera paulatina, lo que es una carencia se irá convirtiendo en fortaleza.
También puede suceder que, con el papel y lápiz en la mano, lo veamos todo negativo: no sirvo para nada, no tengo cualidades, todo son defectos, nada me sale bien…
Lo primero es saber que las anteriores afirmaciones son falsas. Igual que si yo digo que todo me sale bien, que soy perfecta y que sirvo para realizar cualquier trabajo con resultados exitosos.
En segundo lugar, es importante recuperar nuestro sentido de equilibrio. Para ello, nos ayudará anotar en ese papel cinco logros que hemos realizado durante nuestra vida. Con cinco son suficientes, cuentan los personales y los profesionales. Si soy sincera conmigo misma, anotaré:

1.       Realicé estudios profesionales y tengo la titulación correspondiente.
2.       Soy capaz de cocinar una empanada gallega que gusta a todo el que la prueba.
3.       He superado momentos de crisis en mi pareja y ya llevamos diez años de convivencia.
4.       Me gusta contar chistes y la gente se ríe mucho con ellos.
5.       Me gusta conducir, soy buena conductora y nunca me han multado.
Ya sólo nos queda un rinconcito en nuestra hoja de papel. Vamos a aprovecharla para resumir dos ideas básicas y fundamentales:
·         Fíjate en lo mejor de ti mismo, esa parte crecerá y mejorará las otras.
·        Cambia tu sistema de creencias sobre ti mismo: si crees que no eres válido para hacer algo, no lo serás.
Tú eres tu mejor empresa, cuídala.

No hay comentarios: