miércoles, 8 de mayo de 2013

La carga de las palabras



Estos días he vuelto a presenciar otro debate sobre el uso del lenguaje, el machismo y la discriminación. La polémica nació sobre el hecho de utilizar el sustantivo "poetisa" para una mujer. Un grupo de señoras se sintieron ofendidas, argumentando que el término era peyorativo. 

Cierto que, en ocasiones, nuestro idioma es machista, un simple reflejo de nuestra sociedad y cultura. Sin embargo, no confío en la solución de ir nombrado a "todas y a todos", "las y los", "ellas y ellos" constantemente, o feminizar el género hasta el absurdo (por ejemplo, he oído decir "participantas" o "concursantas" en lugar de "participantes" o "concursantes", supongo que en un intento de ser políticamente correcto).

Ahora bien, me surge la pregunta: ¿Por qué no decir "poetisa"? Entiendo que se puede decir "poeta" (tanto para un hombre como para una mujer), pero ¿qué tiene de malo "poetisa" en si? He consultado el diccionario de la Real Academia (por si contiene una acepción denigrante que yo desconozco) y la define como: "mujer que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas". Sobre poeta dice que es "la persona que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas". 

A raíz del pensamiento anterior, sigo preguntándome si no somos nosotros/nosotras quiénes cargamos de un contenido denigrante a la palabra en cuestión, (al igual que creamos nuestra realidad cotidiana con nuestras creencias y pensamientos).

Como ejemplo, a modo de anécdota, os cuento la siguiente historia. (Sucedió en Barcelona. El idioma que se hablaba era el catalán. Lo digo porque, en el original, aunque la ortografía de las palabras que causaron la confusión es distinta, la fonética es muy parecida.)

Una clase de teatro con una veintena de niños y niñas, de cuatro y cinco años de edad. El tema de la tarde para desarrollar ejercicios de improvisación: "¿qué quieres ser de mayor?"


Una niña se levanta y dice: “Yo quiero ser ramera”.


Silencio en el aula. No es una forma de censura, simplemente no opinan porque desconocen qué quiere decir su compañera. Hay caras de interrogación.


Yo me debato entre mil opciones, entre ellas proponerle, que ya que opta por una profesión tan polémica, al menos, se refiera a ella como “trabajadora sexual”. Menos mal que me reprimo y, lo que me sale, es:


“Ah, ramera… muy bien… ¿y en qué consiste este trabajo?”.


Mientras el resto de alumnos vuelven el rostro hacia la niña, mi cabeza sigue a mil por hora “Cómo ahora responda: “consiste en vender mi cuerpo a cambio de dinero”, me caigo redonda al suelo”.


Entonces Susana, este es su nombre, con una sonrisa feliz en los labios, contenta de poder compartir con el resto sus conocimientos sobre la vida de los adultos, nos ilustra:



"Muy fácil, se trata de remar en una barca, de un lado al otro del río”.


Murmullos de aprobación entre todos. Por unanimidad se aprueba que es un oficio la mar de bonito (por mucho que se desarrolle en un río)





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