“Si no sales al bosque, jamás ocurrirá nada y tu vida jamás empezará” Clarissa Pinkola Estés en Mujeres que corren con lobos.
Los
cuentos, como el teatro, como la vida misma, son pura acción. Si la
protagonista de la historia no hace algo (viajar, buscar un tesoro, preguntar,
resolver enigmas, seguir pistas, matar al dragón, conquistar tierras extrañas,
superar pruebas, elegir un camino, etc.) no hay cuento: el público se aburre y
se va. O peor: se duerme.
En
nuestra sociedad encontramos muchas personas que viven sólo en su mente.
Invierten gran parte de su energía en pensar qué van a hacer o qué habrían
hecho en otras circunstancias. Viven en un futuro que nunca llegará (porque el
futuro se construye en el presente, en el ahora) o en un pasado que terminó y
ya no se puede remediar, y si es así, ¿por qué darle más vueltas?
Todas
nos sentimos muy cómodas y seguras en nuestra zona de confort. Acudimos a los
espectáculos que nos han recomendado, comemos platos con ingredientes ya conocidos
por nuestro paladar, seguimos blogs de gentes con mentalidades y gustos
estéticos similares a los nuestros, leemos los periódicos afines a nuestra
ideología y manera de pensar… Es como estar en casa con bata y zapatillas:
relajante y manejable.
Os
cuento un cuento: “Érase una vez una chica que cada día hacía lo mismo. Se
levantaba y, por rutina, siempre escogía unos mismos colores en su vestuario.
Por comodidad, se ponía unos pantalones vaqueros. Iba a trabajar. Su tarea no
le entusiasmaba. Ella sabía que tenía más potencial y creatividad. Por eso, de
vez en cuando, le rondaba por la cabeza la idea de echar más currículums,
apuntarse a algún curso o emprender ella misma su propio negocio. Ya llevaba
cinco años con este y otros proyectos. Seguro que al próximo lo conseguía. Al
acabar la jornada laboral, acudía con sus compañeros a tomar una cervecita al
bar de la esquina. La camarera era preciosa, simpática y siempre la saludaba
con entusiasmo. Muchas veces soñó en cómo sería acercarse a ella y preguntarle
cualquier cosa… por ejemplo si quería acompañarla al cine. Por ahora no se
había atrevido. Claro, primero quería apuntarse al gimnasio para hacer
natación, cambiarse el estilo del cabello y ensayar unas mil veces el diálogo
imaginario delante del espejo de su baño. Mientras, esperaba. Esperaba… ¿a qué?
A que sonara el despertador a las siete de la mañana para volver a elegir los
mismos colores, el mismo pantalón y la misma rutina.”
¿Te
gustó el cuento? A mi tampoco.
Opina
lo que quieras sobre Cenicienta: ella acudió al baile. Di lo que te apetezca
sobre Blancanieves: se enfrentó a una muerte segura en medio del bosque,
convenció al cazador para que la dejara con vida y se entró a compartir casa
con siete enanos que no conocía de nada. Habla mal de Caperucita Roja: tenía
agallas para andar sola por el bosque, entablar conversación con el lobo y (en
la versión de los hermanos Grimm) salir con vida y victoriosa de su aventura.
Todos
y cada uno de los personajes de los cuentos eligen salir de su zona de confort,
de su rutina, de lo cotidiano, para poder avanzar y progresar. A veces, la
elección puede ser errónea o fatal (la Bella Durmiente duerme durante mucho
tiempo, la Mujer de Barba Azul pone su vida en grave peligro). Aún así,
realizar estas acciones supone un tesoro: todo error conlleva una lección. Es a
través de esas lecciones cuando el cuento avanza. Por eso, siempre hay tres (o
siete, o nueves o más) pruebas, enigmas que resolver, caminos que andar, años
que transcurrir, princesas que salvar, tesoros que desenterrar, monstruos que
matar…
No
lo dudes: aprovecha este mes y sal al bosque. Tu vida está a punto de empezar.
Tú das el primer paso, y el segundo, y el tercero, y el…
Artículo publicado en la revista MujerxMujer
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