Creo que responder a este interrogante
encierra todo un universo. Si lo pones en práctica, como un ejercicio
cualquiera, abre muchas puertas. Contar para que la otra persona te conozca,
contar para compartir ilusiones, contar para explorar tu interior, contar para
conectarte con el otro, contar para construir realidades futuras…
Cuenta el dicho que quien canta
su mal espanta. Podríamos añadir que quien habla en voz alta (tanto si alguien
nos escucha como si es un soliloquio) está dando nombre a sus miedos, cuitas,
inquietudes, ilusiones, proyectos…
Mi abuela vivía en un pueblecito
al lado del mar Mediterráneo. El pueblo tiene pocos habitantes y menos casas.
Sin embargo, ella tardaba mucho tiempo en cruzar de un lado a otro. Si se
encontraba con una vecina que tenía prisa un “hola” o un “adiós” era suficiente
para que cada una siguiera su camino. Si había ansia de comunicarse, ganas de
charlar, la pregunta de rigor era “¿qué te cuentas?” Este rito era como tirar
del hilo de un ovillo. Una podía empezar a hablar sobre lo que pensaba plantar
en el huerto, compartir una receta para un nuevo guiso, confesar un secreto de
alcoba y despedirse con una disertación sobre el mejor clima y la luna más
propicia para cortar leña.
Esta forma de “contar” tiene sus
pautas y requisitos:
Primero: Contamos por el gusto de
hacerlo. Nunca forzados ni para contentar a la otra persona.
Segundo: Contamos desde el
corazón, el alma, los intestinos… o cualquier otro órgano diferente a la
cabeza. Dejamos que la mente, mientras, descanse tranquila. Las palabras podrán
salir como un chorro o a goteo… dejemos que ellas decidan.
Tercero: Contamos sin juzgar ni
comparar. De una forma descriptiva, enunciativa, un hecho tras otro, según el
orden en el que libremente aparezcan.
Cuarto: Si hemos cumplido el
punto anterior, el sentimiento (siempre lo hay) vendrá por añadidura, no hace
falta buscarlo, ni provocarlo, ni regodearnos en él.
Quinto: Este método funciona por
si mismo. No es necesario (ni deseable) que la otra persona nos diga lo que
tenemos o debemos hacer o dejar de hacer con referencia al tema expuesto. Sí se
agradece cualquier muestra de interés (en forma de preguntas, comentarios,
susurros, silencios, caricias, abrazos, etc.) de parte del otro interlocutor. Además
de reconfortarnos o animarnos, también nos sirve para descubrir más sobre
nosotras mismas y nuestro relato.
Sexto: Lo que contamos puede ser
cierto o no. Con lo contado podemos dar forma verbal a nuestras dudas
interiores (incluso con nombres y apellidos), nombramos a nuestros monstruos
(que se pueden llamar separación, muerte, miedo, no tener trabajo, angustia,
soledad…), nos damos a conocer (dime de qué hablas y cómo lo haces y ya
sabremos mucho de ti) y …
Séptimo: … hacemos Magia. Nos
convertimos en hechiceros que conjuran verbalmente un mundo por venir. Cuando
mi abuela explicaba a la vecina lo que había sembrado en su huerto, también le
contaba cómo crecerían las plantas, que frutos darían, las compotas que ella
elaboraría y los platos que cocinaría. Construye tu futuro a través de tus
palabras (no te olvides de sembrar las semillas, sin acción no hay fruto).
Ahora me viene a la mente una
expresión de algunos pueblos de España. Antiguamente, cuando dos personas se
gustaban y empezaban a cortejarse (antes de ser pareja formal) se decía que “se
hablan”.
Y es que cuando una persona, un
pueblo, una sociedad habla se define a si misma.
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