martes, 19 de noviembre de 2013

Medio Pollito (o cómo conseguir tus objetivos)


Cambio de estación. Llega la primavera o el otoño, dependiendo del país dónde vivamos, y todo son buenos propósitos (sí, igual que en Año Nuevo). Se respira en el aire, se palpa en el ambiente: nos volvemos a apuntar al gimnasio, queremos aprender un nuevo idioma, conseguir el trabajo de nuestros sueños, ordenar los armarios y hacer un montón de amistades nuevas.

Yo también me subo al carro. Como tengo tantas cosas en la cabeza, decido confeccionar una lista…

… y el grano de arena se convierte en una montaña.

¡Ay, cuántas cosas! ¿Qué es lo importante y qué es lo secundario? ¿Por dónde empezar? Y, una vez hecha la elección, entre mil posibilidades: ¿qué opción escoger?, ¿qué camino?, ¿qué academia?, ¿qué gimnasio?, ¿qué idioma? ¿qué club social? ¿Y si no acierto? ¿Y si me equivoco?

Me levanto de la silla y, con la cabeza llena de ideas, salgo a la calle a dar un paseo. Andar despeja la mente. Mi “secretaria” (que no jefa) se distrae con otros estímulos y, ante mí, se despliegan un montón de soluciones hasta ahora relegadas a un rincón.

De pronto, me acuerdo de Medio Pollito. 

Cuenta el cuento que Medio Pollito vivía en un gallinero, rodeado de gallinas que lo menospreciaban ya que, ni siquiera, era un pollo entero. Era la mitad de uno. Menos que nada. Un día, Medio Pollito encontró una moneda escarbando entre la basura y decidió ir al Castillo para casarse con la hija del Rey. Por el camino, se encontró con obstáculos que le dieron miedo (un lobo, un zorro, un río enorme…) En cada ocasión, Medio Pollito no se dio por vencido, se enfrentó a sus temores, habló con ellos y se convirtieron en aliados. Cuando llegó al Castillo, el Rey, al oír sus pretensiones, lo hizo prisionero. En esa etapa del camino, sus miedos se habían convertido en fortalezas y, gracias a ellos, recuperó su libertad. Y, en la versión que narró una de mis maestras, Roser Ros, al contar con sus propios recursos y tras la experiencia vivida, Medio Pollito también se reconcilió con su autoestima y ya no quiso casarse con la Princesa. Decidió vivir su vida. Su vida de medio pollo, con todas sus virtudes, carencias y lecciones bien aprendidas.

Este cuento me tranquiliza y me da un héroe a seguir. Decido actuar como Medio Pollito.

Voy a definir un objetivo. De hecho serán tres objetivos: uno en lo personal (ir al gimnasio tres veces por semana), otro en lo laboral (asistir a un seminario de reciclaje profesional) y otro en la vida familiar (aprovechar los domingos para realizar actividades todos juntos). Como el protagonista del cuento, voy a encontrarme con obstáculos: la pereza de levantarme una hora más temprano para hacer ejercicio, las excusas de horarios para no encontrar fechas disponibles para el curso profesional, la dificultad de conciliar varias agendas y gustos divergentes para disfrutar en común del domingo.

Me fijo, otra vez, en el comportamiento de Medio Pollito. Sigo sus pasos. No voy a escaquearme ante las dificultades ni hacer como si no existieran. Al contrario, las reconoceré y las saludaré. Mejor conocerlas, hablar con ellas, saber sus motivos y, así, poco a poco, despacito, ir convirtiéndolas en aliadas.

Disfrutaré del recorrido, porque utilizaré mis recursos (fuerza de voluntad, ilusión por mi trabajo, amor por mi familia) y no perderé de vista mis metas. Ellas serán las que me sostengan en los momentos bajos, gozaré de la experiencia sin victimismos y asumiré mis responsabilidades.

Ahora os confieso un secreto: por la experiencia vivida en otras ocasiones, puedo asegurar que conseguir una meta o un objetivo es un gran triunfo, pero, lo que me llena de verdad, lo que me hace brillar los ojos y sonreír de oreja a oreja es saberme capaz de recorrer el camino con todos sus escollos. Y cuando llegue al Castillo y descubra, igual que le pasó a Medio Pollito, que el Rey me mira por encima del hombro, creo que seré yo quien no quiera emparentarse con ninguno de ellos, porque, como repite nuestro protagonista durante todo el cuento: “Si quiero, puedo casarme con la hija del Rey, porque con esta moneda…” (léase fortaleza, recurso, don, cualidad, característica) “… soy Yo más grande que él”






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