martes, 3 de noviembre de 2015

Sobre faltas y ausencias.


Llamo por teléfono a un colegio y pregunto por una profesora. La persona que me atiende contesta:

- Lo siento, ha faltado.
- ¿No viene hoy? ¿Cuándo podré encontrarla?
- No –insiste tajante- le digo que ha faltado.
- Ah… ha faltado –repito en un intento por aproximarme a mi interlocutor. Silencio.- y… ¿lleva días de baja?
- Faltó en primavera - confiesa al borde del llanto.

No, no es una llamada típica, no me sucede a menudo. Pero me da por pensar.

Cierto que vivimos en una sociedad que huye de la muerte y de su reconocimiento. Cuanto menos la nombremos y los encaremos (a los muertos, a los difuntos, a los cementerios, a las mortajas, a los sepulcros) mucho mejor.

Cierto que morimos y dejamos asuntos por atender (contratos, salidas al teatro, bodas, hipotecas, hijos que criar, charlas, bailes, canciones por aprender, libros por descubrir, caminos por andar…) Sin embargo, el difunto ya no siente el peso de todas esas responsabilidades (quizás tendrá otras, dicen algunos). Y sin embargo…

… sin embargo, a los que quedamos y no hemos partido (partir, faltar, traspasar, viajar, expirar, apagarse… por no decir morir) nos queda un rescoldo de abandono, un “te vas y yo me quedo”,  un “me has fallado” en los labios, un asomo de reproche, un “¿qué voy a hacer ahora?”, un asombro, una sorpresa, un “cómo puede ser”, un “¿por qué a mi?”…

Me he quedado con las ganas de preguntarle en qué le había faltado, que lugar había dejado sin ocupar, que promesas incumplió, que sueños se derrumbaron, que citas anuló, que tiempo se perdió.

Y recuerdo otra conversación, de hace unos años, cuando una joven –respondiéndome a los ojos, con una mirada que aún no ha conocido la muerte- me dijo: “yo es que no creo en la muerte” Y la entendí, porque yo también creo en el alma, en la energía y en toda la fuerza de la vida. La entendí. Y me quedé con las ganas de contestar: “A la muerte le da lo mismo que no creas en ella, ella cree en ti”. Todos morimos, ninguno escapa. Creo en la vida.  Creo en la muerte (podredumbre, putrefacción, finiquito, reloj biológico… llámala X)

Algún clásico advierte (desde el conocimiento, con la mirada ya enfrentada a la muerte): “Yo me voy, señora mía, yo me voy, el alma no."


O, si alguno lo prefiere, con palabras de mi abuela: “¿Qué te crees? Ninguno quedaremos para simiente”. 


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